EL ALGARVE

 Lunes, 29 de marzo De Cabo de San Vicente a la playa Da Rocha. 

Cuando abrí nuestra enorme claraboya pensé que el cielo estaba cubierto por algunas nubecillas grises, pero cuando me acostumbré más a la luz comprobé que el día esta de un gris plomizo. Desaprovechando la oportunidad de que Tula estirara sus patas e hiciera pis, desayunamos e inmediatamente después rompió a llover como si no lo hubiera hecho nunca. Aquello no parecía que fuera a parar así que bajo esta cortina de agua partimos hacia Cabo de San Vicente, arrepintiéndome de no haber visto la puesta de sol ayer allí, porque hoy no íbamos a poder ver nada.  Poco antes de llegar, nos detuvimos esperando a que este aguacero cesara. Mal asunto. Pero nada más llegar, como por arte de magia, la lluvia se fue apagando y el cielo iluminando y poco a poco pudimos disfrutar de la inmensidad del océano y de los impresionantes acantilados que se abren a ambos lados del cabo de San Vicente. Luego pusimos rumbo a la fortaleza de Sagres, que recorrimos, no voy a decir que de cabo a rabo, pero poco nos faltó y realmente lo que para mí mereció la pena fue la famosa “rosa de los vientos” o lo que pretendan que sea ya que hay varias teorías al respecto. El paseo por la fortaleza hasta asomarnos a sus acantilados nos cansó mucho y no nos descubrió nada. Casi a media mañana ya, con un precioso sol y un estupendo y luminoso día, nos encaminamos a alguna de las playas del tan traído y llevado Algarve portugués, aunque iba a ser difícil superar las que visitamos en el día de ayer. Así, comenzamos por la playa de Boca do rio, poco después de Saleman. Un grupo de autocaravanas salpican este lugar, o mejor dicho, este decepcionante lugar ya que era una ridícula playa de cascajos ¡dios mío! Con las bellezas que habíamos dejado atrás! Esto era una birria. Pero persistimos y fuimos a la siguiente que tenía anotada, Cabanas Velhas. Más de lo mismo, pero aquí un restaurante y la prohibición de acampada para autocaravanas. Comenzamos a sentir nostalgia de nuestras salvajes y solitarias playas del Alentejo y a preguntarnos por qué tendrían tanta fama las del Algarbe y nadie o apenas nadie mencionaba las del Alentejo. Pero pensándolo friamente….mejor. Así estarán más lejos de las garras de los especuladores. Nuevamente decepcionados nos dirigimos a Lagos, a la Ponta da Piedade, atravesando la población de Luz. Decididamente estos pueblos han perdido su identidad y comienzan a parecerse a los pueblos costeros españoles. Parece todo tan distinto del Alentejo….! Es como si hubieramos entrado en otro mundo. Ha cambiado todo, los pueblos, las playas, el paisaje… Pero la Ponta da piedade nos sorprende con su escarpada y agreste belleza, sus acantilados que caen verticalmente sobre el mar azul y esmeralda, salpicado de rocas que como grandes agujas emergen hacia el cielo dotando a este lugar de una belleza especial. Por ahora, esto era sin dura lo mejor del día. Nos encaminamos a la Playa de Meia, entre desvíos, obras, barro y vueltas y revueltas para acabar en un aparcamiento donde estaba prohibido el estacionamiento de autocaravanas de 20 horas a 8 de la mañana del día siguiente. Unas dunas nos impedían ver la playa, pero era ya tarde, como todos los días hasta ahora, y muy cansados, comimos y nos echamos una breve siesta, tras la cual nos fuimos a pasear a la playa que se extiende a nuestra derecha e izquierda ancha y extensa y si no es por los edificios a los extremos, casi virgen. Pero se ha levantado un viento desagradable. Tula se da la vuelta ya que a su altura los granos de arena que levanta el viento la golpean directamente en la cabeza, así que decidimos regresar poniendo rumbo a Portimao, a la Playa da Rocha, dicen que la mejor del Algarbe. Y de nuevo, entre idas y venidas y desvíos, llegamos a una enorme población que nos hizo añorar aún más los pequeños pueblecitos que atravesamos ayer. Aquí ya se ven enormes bloques y el ladrillo lo llena todo, a un lado y a otro.El navegador nos llevó directamente al aparcamiento de autocaravanas a escasos 200 m de la Playa da Rocha, y para ser lunes, de marzo y a las 18,00 horas, solo quedaban libres media docena de plazas, eso siendo optimistas. Una vez instalados nos encaminamos hacia la que sería para mí una de las playas más bonitas que he visto, por su especial y extraña belleza. Aquí la naturaleza ha jugado con los colores y la luz del atardecer hace que éstos sean más vivos y contrasten más. A nuestros pies se extiende una gran playa de arena dorada salpicada por rocas solitarias o formando conjuntos con oquedades, restos de acantilados que el mar no ha podido roer. Unos acantilados de colores rojos y amarillos que contrastan vivamente entre sí y con el dorado de la playa y con el azul del mar, cierran esta playa. A la vez, éstos no forman una línea recta, sino que parecen jugar al escondite con el mar, entrando y saliendo de él, formando cuevas o cavidades de distintos tamaños y formas. El juego de colores es complejo y hermoso: ocres y amarillos que pintan los “verticales” acantilados y los verdes, azules y dorados que pintando las “horizontales” extensiones de arena, suelo y el mar. Unas escaleras de madera dan paso a la playa por distintos lugares. Paseamos a lo largo de esta espectacular playa. Tula se desfogó y no dejó ni una gaviota en tierra. Luego regresamos contemplando esta belleza desde arriba, donde hay un recorrido con protectores que permiten disfrutarla desde la parte superior, dando otra visión distinta e igualmente hermosa.  En fin, lo que comenzó siendo un decepcionante día,no había concluido tan mal, aunque no dejamos de echar de menos nuestras solitarias playas alentejanas.Martes, 30 de marzo Algo por el interior Día espléndido, aunque en la radio a eso de las 6 de la mañana dicen que el tiempo no acompaña en el resto de la península, habiéndose interrumpido procesiones en Sevilla y están en alerta por vientos en la cornisa cantábrica. Por aquí es una delicia. Alrededor de las 9 viene el panadero, pero solo trae pan. Todavía queda para llegar al nivel francés, claro, que más nos queda a nosotros. Un poco después partimos para de Monchique. La carretera es buena. Está a 30 km escasos de Portimao y se interna en una bonita sierra que ahora en primavera está preciosa. Pero…no va más allá de un pueblo construido en la ladera de la montaña, con una iglesia con una puerta “manuelina” y poco más. Tenemos anotada una area de servicios y estamos ya necesitados, pero al poner las coordenadas en el navegador nos marca justo en la misma plaza del pueblo, así que continuamos hasta una oficina de turismo donde hablan un castellano estupendo y nos hacemos con un mapa de la villa además de informarnos de que el área está antes de Monchique, en Caldas de Monchique donde recordábamos haber visto una señal en la misma carretera. Nos indica el aparcamiento junto al parque de bomberos y al helipuerto. El lugar es perfecto para pasar una noche, es un estupendo balcón además de tener baños. Después de aparcar dimos un breve paseo por la villa acompañados de vez en cuando por una suave lluvia. En el mercado compramos unos altramuces -que “despachamos” mientras que armados de paciencia, llenamos el depósito de agua en una gasolinera en la carretera- y unas lechugas estupendas. De regreso a la costa, paramos junto a dos tiendas de cerámica (una frente a otra) que hizo nuestras delicias ya que tenían cacharros de lo más variado y para todos los gustos, desde refinados hasta recargados y a unos precios normales. Y como no, picamos. Pusimos rumbo directo a Silves y en nuestro camino paramos a comprar naranjas. Las vendían en puestecillos a lo largo de la carretera y evidentemente éstas no eran las que compramos en tiendas que han madurado en las cámaras. De aspecto más bien feo, el sabor era estupendo. Una vez en la ciudad, dejamos atrás un grupo de autocaravanas aparcadas junto al río y nos dirigimos al aparcamiento del castillo. Y ascendiendo paramos en una tienda de minerales y fósiles, algunos espectaculares y también picamos, como lo hicimos en otra de artesanía cerca de la entrada. El castillo merece una visita. Es una fortaleza árabe muy bien restaurada. Construido en arenisca roja, tiene cierta similitud, aunque lejana, con la Alhambra. En su interior destaca lo que en su día fue el palacio del siglo XI y un aljibe perfectamente conservado y que recogía agua para abastecer a 10.000 personas durante 1 año (1.300.000 litros). Un olor “dulzón” a flores de azahar nos acompaña durante toda la visita. Dejamos atrás Silves para poner rumbo a Carvoeiro, a un lugar llamado “mirador de la Encarnación” desde donde se contempla un paraje llamado “algar seco”. Instintivamente busqué en el navegador alguna calle o paseo con el nombre de Encarnación y junto al mar, pero llegados a la ciudad, seguimos las señales del “mirador” hasta llegar a un lugar alto, cercano al mar y en, como no, obras. Aparcamos y nos dirigimos andando a la costa donde descubrimos un paisaje de abruptos acantilados donde el mar se estrellaba violentamente y con cuevas o cavidades por donde el mar entraba y salía rugiendo. Iniciamos un descenso por la parte izquierda, por unos escalones excavados en la roca y ahora tan desgastados que a veces resultaba difícil distinguirlos y dimos la vuelta a dos fosas de diferente tamaño por donde el mar entraba y salía súbitamente. Un poco a nuestra izquierda hay un restaurante que están arreglando y tras atravesar su “terraza”, nos internamos en un túnel excavado en la roca que finaliza en una ventana al mar. Hermoso lugar que merece ser visitado. Ahora ya pusimos rumbo en busca de nuestro lugar de pernocta, lo que parecía que iba a ser una ardua tarea. Apenas se veían circular autocaravanas. En busca de la playa, llegamos hasta alguna que otra localidad en la que la carretera moría en la misma playa pero en el centro de la población, en una rotonda cuyo tamaño minúsculo me obligó en algún caso a hacer maniobra para rodearla. Decidimos entonces dirigirnos a playa de Falasia y aquí, entre urbanizaciones elegantes, pinos y clubes sociales, encontramos, no uno, si no tres sitios. El primero en lo alto de un acantilado, a 100 metros de la playa junto a otra autocaravana alemana. Pero yo tenía las coordenadas de otro sitio localizado con el google earth y allí nos dirigimos. El navegador nos llevó a un sitio espectacular, al final de una carretera que terminaba en un elegante club deportivo para convertirse en un camino que se introducía entre encinas y otras especies de arbolado bajo, pero… demasiado solitario para nuestros gustos, así que regresamos al primero. Bajamos a la playa: enorme, como todas, de arena fina, dorada, rematada por unos acantilados donde la arcilla en la parte superior dejaba paso a la caliza en la parte inferior con su típica coloración: rojo arriba convirtiéndose luego en blanco abajo, dotando a este lugar de un colorido especial. Parecía pintado por la paleta de un pintor: tonos rojos, blancos, dorados, verdes, azules…Nos relajamos dando un largo paseo por la playa donde Tula pudo de nuevo correr y saltar.
Al regresar exploramos un poco a nuestra derecha, por donde continuaban las viviendas, ya que a nuestra izquierda bajaba una carreterita a la playa, y descubrimos un aparcamiento plano, en una zona de chalecitos y urbanizaciones habitada a 50 m escasos y un pequeño descampado con pinos al otro lado, junto a un camino que llevaba al acantilado. Estaba más iluminada y habitada que la primera, así que nos trasladamos (N37º05.302; O 8º10.239’). Miércoles, 31 de marzo Nos vamos Tras una tranquila noche, por la mañana pusimo s rumbo a Loulé donde nos sorprende el mercado, en el que los lugareños van a vender sus productos destacando sobre todo, y como no, el pescado, que parecía que iba a saltar de fresco que estaba. Luego nos perdimos por algunas de sus estrechas calles para regresar a la autocaravana y dirigirnos a Almansil, donde había leído que está la iglesia de San LorenzoPero resulta que esta iglesia no está en Almansil, si no, y como su propio nombre indica, en San Lorenzo, por lo que dimos alguna que otra vuelta (N37º04.932’; O8º00.538’). Su exterior no dice nada, pero el interior aparece recargadamente alicatado “hasta el techo”. No queda ningún trozo sin azulejo, exceptuando el altar. Es absolutamente espectacular. Y de aquí a la playa de Valle do Lobo…indescriptible. Viviendas unifamiliares de lujo entre pinos piñoneros, jardines y campos de golf aparecen diseminadas por un laberinto de calles perfectamente integrados en el paisaje. La paz y tranquilidad llena este elegante y exclusivo lugar donde yo si me compraría una casita para pasar algunos meses de invierno cuando no viajara. ¡qué lugar tan delicioso!. Dejamos la camper en el aparcamiento de la playa donde había varios chirinquitos a donde la gente, por la hora, parecía acudir a comer y dimos un breve paseo por esta hermosa playa, como todas. ¡Y que envidia despertaba en nosotros! Sin llegar a ser las playas solitarias del Alentejo, en éstas las construcciones no llega hasta el mismo mar, como en España. Aquí parece haber todavía sitio para todos. Y de aquí hacia lo que sería nuestra siguiente parada, Santa Lucía. Rozamos Faro y Olaho que nos ahuyentaron por su tamaño. Sin embargo, por Santa Lucía parece no haber pasado el tiempo y como en el cuento de la Bella Durmiente aparece como debió de ser muchos años atrás toda esta costa del Algarbe. Un calle discurre entre pequeñas casas de pescadores a un lado y el puerto, tranquilo y recogido, con barcos de faena, al otro. Las calles paralelas son igualmente encantadoras y tranquilas. Había leido que es la capital del “polvo” (pulpo) así que buscamos un restaurante con precios “normales”. Esta vez la hora lo permitió (tan solo las 14,30 h). Así nos pedimos una ensalada de “polvo”, polvo guisado con patatas y unos chocos, con la idea de “picar”, pero cuando nos trajeron lo que se suponía que era una ración….Somos de comer y casi no pudimos con las tres. Pero no perdonamos un delicioso helado en una tienda cercana, helado que fuimos saboreando mientras disfrutábamos de este “paseo marítimo” tan auténtico hacia donde teníamos aparcada la autocaravana.  Continuamos hacia Tavira, atravesándola por su enorme y abierta plaza, pero no teníamos muchas ganas de pasear por “asfalto” y tampoco conseguimos ver sus famosos “tejados”, así que fuimos en busca de la playa de Manta Rota, pero debía tener las coordenadas mal porque no fui capaz de localizarla, y mira que es grande, así que pusimos rumbo a Castro Marín. Hoy debía ser el día de los errores porque no sé que me hizo pensar que aquí había muchas tiendas donde comprar, pero cuando llegamos allí estaba todo desierto. Aunque parecía un lugar interesante, teníamos ya el “piloto puesto” con la intención de comprar una camiseta para nuestro hijo mayor que cumplía años, así que reparamos el error dirigiéndonos a Vila Real de San Antonio, auténtico paraíso para todos a los que les gusten los trapos de cocina, de cama y baño. Muchas tiendas, aunque también hay que decir que en todas tienen lo mismo. Terminadas las compras y aunque junto al Guadiana había muchas autocaravanas, queriamos pasar nuestra última noche junto al mar por lo que intentamos probar suerte. Y al final la tuvimos e incluso pudimos elegir entre tres sitios distintos en algún lugar entre Monte Gordo y Praia Verde: entre pinos y un poco más alejados de la playa, o en la misma playa, y elegimos este último lugar junto a una docena de autocaravanas más (N 37310.565’ O 7º28.331) Después de una deliciosa noche, amaneció un espléndido día lleno de sol y de luz. Dimos lo que sería nuestro último paseo por la playa, que a estas horas estaba llena de vida entre pescadores y mariscadores que faenaban. Pero no pudimos evitar volver a Vila Real de San Antonio a comprar más cosas para la familia, así que después de “guirear” un poco, a las 12 hora portuguesa, y 13 hora española, iniciamos el regreso a casa.
La belleza salvaje de muchas playas descritas, sobre todo en la costa alentejana, y su escased tan cerca de nuestra "casa" me obliga a no terminar el relato sin hacer el mismo ruego que hago al principio: que se EXTREMEN las normas de comportamiento y al margen de observar unas simples reglas, que se eviten conductas tales como ocupar más plazas de aparcamiento de las que nos correspondan, que se saquen elementos fuera (mesas, sillas), etc. ,
haciéndonos lo más "invisibles" que podamos
Entre todos debemos contribuir a que estos hermosos lugares se mantengan tal y como los podemos disfrutar ahora.


Alguna fotografía más

Mª Angeles del Valle Blázquez Abril 2010

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